Como si de una plaga venenosa se tratara, su mano derecha recorre su brazo izquierdo desde el hombro hacia el codo descendiendo lenta y sinuosamente hasta entrelazar ambas palmas.
A continuación ya
con ambas manos, recorre sus piernas con precisión quirúrgica y curiosidad
adolescente de arriba abajo, varias veces, muy despacio.
Instintivamente,
introduce la mano, una de las dos, por dentro de los pantalones y suspira.
Los oídos aún le
silban cuando se quita de la cara yerbas y tierras voladoras y recuerda la conversación
que mantenía camino del río, por la pradera solitaria de la mano de la preciosa
Aleksandra.