El lápiz con
el que ella, cada mañana, se lo dibujaba, ya no tenía grafito, ni madera, ni
nombre siquiera…
Su mano, o la
sombra de ella, o su recuerdo, caía sobre ninguna sábana de hospital en blanco roto
y en ninguna mañana caótica de cualquier día de la semana menos aquel en el que
ella coloreaba su vida entera con un número entre el 5 y el 10…estoy bien…buena
noche, significaba…
La bicha no le
quitó las ansias por tranquilizarle…
La ceguera
sorda y muda dio paso a un colchón atiescaras y lejía, en la pizarra ya no había un número, sólo seis palabras, muchas gracias mi
amor, te quiero…
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